sábado, 13 de abril de 2019

Evangelio del 14 de abril. Domingo de Ramos.

DOMINGO DE RAMOS


Lectura del Evangelio según Lucas

Lc 19, 28-40

Después de decir esto, iba delante subiendo a Jerusalén. Y aconteció que, llegando cerca de Betfagé y Betania al monte que se llama de los Olivos, envió a dos discípulos, diciendo:
—Vayan a la aldea que está frente a ustedes y, cuando entren en ella, hallarán atado un borriquillo en el cual ningún hombre ha montado jamás. Desátenlo y tráiganlo. Si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, le responderán así: “Porque el Señor lo necesita”.
 Los que habían sido enviados fueron y hallaron como había dicho. Cuando desataban el borriquillo, sus dueños les dijeron:
—¿Por qué desatan el borriquillo?
Y ellos dijeron:
—Porque el Señor lo necesita.
Trajeron el borriquillo a Jesús y, echando sobre él sus mantos, hicieron que Jesús montara encima. Y mientras él avanzaba, tendían sus mantos por el camino.
Cuando ya llegaba él cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a gran voz por todas las maravillas que habían visto. Ellos decían:
—¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor!. ¡Paz en el cielo, y gloria en las alturas!
Entonces, algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron:
—Maestro, reprende a tus discípulos.
Él respondió diciéndoles:
—Les digo que si estos callan, las piedras gritarán.


Y dicho esto, marchaba por delante, subiendo a Jerusalén.
Es el gran viaje de su vida, emprendido tiempo atrás: Como se cumplía el tiempo de que se lo llevaran al cielo, emprendió decidido el viaje hacia Jerusalén (Lc 9, 51). Él lo tiene claro y va por delante con paso firme. Ellos no lo tienen nada claro y van por detrás, recalcitrantes. Tienen sus ideas mesiánicas, pero sospechan que Jesús no las comparte.

Jerusalén. Donde Jesús se erige en signo de contradicción. Donde aflora lo mejor y lo peor de lo humano: desde el HOSANA hasta el CRUCIFÍCALE. Los discípulos, como todo el pueblo, esperaban un Mesías caudillo liberador del poder romano. Jesús, conocedor de todo esto, manda preparar no un caballo, sino un asno para su entrada triunfal en Jerusalén. No importa; los discípulos siguen con su idea y, junto con el pueblo, cantan el salmo 118 como himno de entronización de su rey-mesías, el rey que viene en nombre del Señor. No han entendido lo escrito por el profeta: Mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando una cría de burra (Zac 9, 9). ¡Con qué sencillez Jesús asume y supera nuestros disparates!
Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras.

Sorprendente reacción. Recuerda la de pocos días después en Getsemaní: ¿Crees que no puedo pedirle al Padre que me envíe enseguida más de doce legiones de ángeles?(Mt 26, 53). Estamos ante el misterio de Jesús, Dios y Hombre. Hoy le vemos tenso, tratando de controlar su ira ante aquellos profesionales de la religión. Pero le vemos también, cosa menos habitual en Él, consciente de su divinidad. El misterio del Hombre-Dios.
Comenta el Papa Francisco: El Evangelio de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. San Pablo, en la segunda lectura, sintetiza con dos verbos el recorrido de la redención: se despojó y se humilló a sí mismo. Estos dos verbos nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros.


PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
SEGÚN SAN LUCAS Lc 22,14 - 23,56
La cena pascual
Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.»
Tomó luego una copa, dio gracias y dijo: «Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios.»
Tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» De igual modo, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que se derrama por vosotros.»
«Mirad, la mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa. Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado!» Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello.
Entre ellos hubo también un altercado sobre quién de ellos parecía ser el mayor. Él les dijo: «Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.»

«¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.» Él dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte.» Pero él contestó: «Te digo, Pedro, que antes de que hoy cante el gallo habrás negado tres veces que me conoces.»
Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada.» Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome, y lo mismo alforja, y el que no tenga, que venda su manto y se compre una espada. Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: Ha sido contado entre los malhechores. Porque lo que se refiere a mí toca a su fin.» Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas.» Él les dijo: «Basta.»
En el monte de los Olivos
Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos; los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: «Pedid que no caigáis en tentación.» Se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra.
Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: «¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en tentación.»
Prendimiento de Jesús
Estaba todavía hablando cuando se presentó un grupo; el llamado Judas, uno de los Doce, iba el primero, y se acercó a Jesús para darle un beso. Jesús le dijo: «¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!» Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿herimos a espada?» Y uno de ellos hirió al siervo del Sumo Sacerdote y le llevó la oreja derecha. Pero Jesús dijo: «¡Dejad! ¡Basta ya!» Y tocando la oreja le curó.
Dijo Jesús a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido contra él: «¿Como contra un salteador habéis salido con espadas y palos? Estaba yo todos los días en el Templo con vosotros y no me pusisteis las manos encima; pero esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas.»
Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del Sumo Sacerdote; Pedro le iba siguiendo de lejos. Habían encendido una hoguera en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó entre ellos. Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: «Éste también estaba con él.» Pero él lo negó: «¡Mujer, no le conozco!» Poco después le vio otro y dijo: «Tú también eres uno de ellos.» Pedro dijo: «¡Hombre, no lo soy!» Pasada como una hora, otro aseguraba: «Cierto que éste también estaba con él, pues además es Galileo.» Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y en aquel mismo momento, cuando aún estaba hablando, cantó un gallo. El Señor se volvió y miró a Pedro. Recordó Pedro las palabras que le había dicho el Señor: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces» y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.
Los hombres que le tenían preso se burlaban de él y le golpeaban. Y, cubriéndole con un velo, le preguntaban: «¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?» Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas.
En cuanto se hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y escribas, le hicieron venir a su Sanedrín y le dijeron: «Si tú eres el Cristo, dínoslo.» Él respondió: «Si os lo digo, no me creeréis. Si os pregunto, no me responderéis. De ahora en adelante, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios.» Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?» Él les dijo: «Vosotros lo decís: Yo soy.» Dijeron ellos: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca?»
Jesús ante Pilato
Se levantaron todos ellos y le llevaron ante Pilato. Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo rey.» Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Él le respondió: «Sí, tú lo dices.» Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: «Ningún delito encuentro en este hombre.» Pero ellos insistían diciendo: «Solivianta al pueblo con sus enseñanzas por toda Judea, desde Galilea, donde comenzó, hasta aquí.» Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era Galileo. Y, al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que por aquellos días estaba también en Jerusalén.
Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba que hiciera algún signo en su presencia. Le hizo numerosas preguntas, pero él no respondió nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándole con insistencia. Pero Herodes, con su guardia, después de despreciarle y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y le remitió a Pilato. Aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo y les dijo: «Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de vosotros y no he hallado en él ninguno de los delitos de que le acusáis. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y le soltaré.»  Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: «¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!» Éste había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato.
Pilato les habló de nuevo, con la intención de librar a Jesús, pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícale, crucifícale!» Por tercera vez les dijo: «Pero ¿qué mal ha hecho éste? No encuentro en él ningún delito que merezca la muerte; así que le daré un escarmiento y le soltaré.» Pero ellos insistían pidiendo a grandes voces que fuera crucificado y arreciaban en sus gritos.
Pilato sentenció que se cumpliera su demanda. Soltó, pues, al que habían pedido, al que estaba en la cárcel por motín y asesinato, y a Jesús se lo entregó a su deseo.
Camino del Calvario
Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús se volvió a ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Sepultadnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?» Llevaban además a otros dos malhechores para ejecutarlos con él.
Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Se repartieron sus vestidos, echando suertes.
Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.» También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!» Había encima de él una inscripción: «Este es el rey de los judíos.»
Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le increpó: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.»
Era ya cerca de la hora sexta cuando se oscureció el sol y toda la tierra quedó en tinieblas hasta la hora nona. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu.» Y, dicho esto, expiró.

Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa
Santander Cantabria
España 


                         Meditación con el Evangelio del día. Buena Noticia.
                         EL SITIO WEB OFICIAL DE LOS CARMELITAS

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