sábado, 22 de diciembre de 2018

Evangelio del 23 de diciembre. Domingo cuarto de Adviento.


Cuarto Domingo de Adviento. Proclama.

Lectura del Evangelio según Lucas 
Lc 1,39-45

En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, Isabel quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a gritos: 

«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»

Y dijo María: 

«Alaba mi alma la grandeza del Señor

y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador
porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso, Santo es su nombre
y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero.
Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías.

Acogió a Israel, su siervo,

acordándose de la misericordia, como había anunciado a nuestros padres, en favor de Abrahán y de su linaje por los siglos.»


María se quedó con ella unos tres meses, y luego se volvió a su casa.



Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
Son las palabras de Isabel a María; las hacemos nuestras siempre que rezamos el Ave María. ¿Cómo es posible que Isabel haya alcanzado un conocimiento tal de lo sucedido a María si apenas se han saludado y las señales del embarazo no son todavía visibles? Son cosas del Espíritu. De la misma manera podríamos preguntarnos nosotros, ¿cómo es posible que nosotros creamos en algo tan increíble como que Dios se haya hecho hombre en el vientre de una mujer? También esto es cosa del Espíritu.

Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura dio un salto de gozo en mi vientre.
Las cosas del Espíritu, las cosas de la fe y del amor, tienen poco que ver con la razón o los sentidos. Las cosas del Espíritu, las cosas de la fe y del amor, no tienen precio. Ni se compran ni se venden; pero son las más preciosas de la vida. Forman parte del mundo de Dios regido por la ley de la gratuidad.

Es bueno detenernos a contemplar a las dos mujeres, Isabel y María, fundidas en un abrazo. Este abrazo es el icono de la amistad. La amistad es una de las cosas más preciosas de la vida; sobre todo la amistad del alma. Aunque todos tenemos amigos, pocos tenemos el amigo del alma. María tiene muchas personas que le quieren y a las que ella quiere: sus padres, José, etc. Pero solamente se atreve a confiar su secreto a Isabel. Esa es la amistad del alma, la más gozosa y la más liberadora de las amistades. Si no la conocemos, ¿quizá será porque no sabemos leer o expresar las vivencias interiores? Por desgracia, el analfabetismo espiritual es demasiado frecuente entre cristianos que, por otra parte, son muy buena gente.


Es bueno detenernos a contemplar a las dos mujeres, María e Isabel, gozando de la amistad durante los tres meses que estuvieron juntas hasta el nacimiento del hijo de Isabel. Contemplándolas podremos aprender la hermosa ciencia de la amistad del alma.



Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa
Santander Cantabria
España 


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