lunes, 15 de julio de 2019

Evangelio del 15 de julio. San Buenaventura.

Lectura del Evangelio según Mateo 

Mt 10,34-11,1

«No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual son los de su casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado.
Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa.» 
Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades. 



No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada.
Jesús nos sorprende; sus palabras parecen contradecir lo que dice en el discurso de despedida de la Última Cena: Os dejo la paz, mi paz os doy (Jn 14, 27).  Nos sorprende aún más cuando dice: Vine a enemistar a un hombre con su padre, a la hija con su madre… El Papa Francisco nos ayuda a comprender mejor las palabras de Jesús diciendo que no podemos entender la paz de Cristo como algo neutro, sin compromiso; un consenso a toda cosa, una paz de los sepulcros.
La paz del cristiano no es una paz barata. No es la paz tal como la entiende el mundo, que consistiría en ausencia de conflictos. La paz del cristiano es la que acompaña a la espada que empuñamos constantemente en la lucha contra el enemigo más feroz que todos llevamos dentro: el ego.
La paz acompaña al amor limpio; amor sin mezcla de ego. Su compañera inseparable es la libertad. Claro que para llegar ahí es necesario purificar los afectos de las lacras que se le adhieren: posesividad, exclusivismo, individualismo. Los seguidores de Jesús debemos llegar a relativizar todo tipo de vínculos afectivos: Si alguien acude a mí y no me ama más que a su padre y su madre, a su mujer y sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lc 14 26).
Muy radical y exigente este Señor nuestro. Cuesta identificarle con el Jesús tierno y misericordioso. Pero así es. Ser auténtico cristiano y gozar de paz y libertad, pasa necesariamente por el negarnos a nosotros mismos y por la cruz.


Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa
Santander Cantabria
España 


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