Lectura del Evangelio según Mateo
Mt 19,13-15
Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo:
«Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.»
Y, después de imponerles las manos, se fue de allí.
Entonces le llevaron unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían.
Imaginamos la escena. Por una parte, Jesús y sus discípulos; por otra, unas mamás y sus niños. Ellas, medio tímidas medio valientes, animan a sus niños a que se acerquen a Jesús; ellos, serios y respetables, tratan de que Jesús no sea molestado.
Esto sucede después de presentar temas tan graves como la indisolubilidad del matrimonio o el celibato por el Reino. A los discípulos les resulta una incongruente banalidad la irrupción de los niños; y riñen a las mamás. Se erigen en guardianes del respeto y de la seguridad de Jesús. Se ponen a sí mismos como barrera protectora, pensando que hacen un servicio al Señor. No se han enterado todavía que Jesús aborrece todo tipo de barreras.
Pero Jesús les dijo: Dejad a los niños y no les impidáis acercarse a mí, pues el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
Se repite la lección. Poco antes, en Mateo 18, 3, Jesús había llamado a un niño, lo había colocado en el centro del grupo, y lo había puesto como modelo. Ante este modelo, la seriedad de los temas más peliagudos se diluye en la sencillez y en la confianza encarnadas en los niños.
Como ellos. Escribe la maestra de la infancia espiritual Teresa de Lisieux: Lo que le agrada a Dios en mi pobre alma es verme amar mi pequeñez y mi pobreza; es la esperanza ciega que tengo en su misericordia. Para amar a Jesús, cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, tanto más cerca se está de las operaciones de este amor consumidor y transformante.
Parroquia
de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa
Santander Cantabria
España
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