Lc 12, 49-53
«He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!
¿Creéis que estoy aquí para poner paz en la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Decía también a la gente:
Cuando veis que una nube se levanta por occidente, al momento decís: `Va a llover', y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: `Viene bochorno', y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?
¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.»
Vine a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido!
Son palabras que Jesús dirige a los discípulos de entonces y de ahora; palabras válidas para todo creyente. Los discípulos que le escuchaban estaban satisfechos de vivir junto al Maestro de Nazaret que gozaba de tanta popularidad. Estaban contentos con su presente porque ilusionados con un futuro que preveían glorioso. La cruz no entraba en el horizonte de sus vidas, y creían que todo sería un camino de rosas. Vivían satisfechos.
Vine a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido!
Jesús no quiere discípulos instalados en la complacencia; quiere cristianos activos, bien armados contra los enemigos que acechan. Podríamos encontrarlos en nuestra propia casa: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre. Pero los más dañinos los encontramos en nuestro propio interior, porque lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre (Mc 7, 20).
Jesús quiere cristianos despiertos y abiertos a los demás. Cristianos que se detengan y conmuevan ante minusvalías y pobrezas materiales y espirituales. Como dice el Papa Francisco, éste es el fuego del Espíritu que nos lleva a hacernos prójimos de los demás, de los que sufren.
Vine a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido!
La presencia del fuego del Espíritu se pone de manifiesto en la actitud vital del creyente. Si hay fuego, el creyente se ocupa poco de sí mismo; mira a sus prójimos como miraba Jesús al leproso, a la adúltera, a Pedro después de su traición… Cuando el fuego del Espíritu no ha prendido en el cristiano o en la comunidad cristiana, la rutina manda y las conciencias quedan anestesiadas. No hay que confundir paz con inmovilidad ni unidad con uniformidad. Pero cuando el fuego del Espíritu sí ha prendido en el cristiano o en la comunidad cristiana, entonces no es necesario esfuerzo especial para que todos vean la luz y sientan el calor.
Parroquia
de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa
Santander Cantabria
España
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