sábado, 14 de septiembre de 2019

Evangelio del Domingo 15 de septiembre. Nuestra Señora de la Bien Aparecida.


Lectura del santo Evangelio según Lucas
Lc 15, 1-10

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos.» Entonces les dijo esta parábola:
La oveja perdida
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra? Cuando la encuentra, se la pone muy contento sobre los hombros y, llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: `Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.' Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.»
La dracma perdida
«O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? 9 Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas y les dice: `Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.' Pues os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
El hijo perdido y el hijo fiel: El hijo pródigo
Dijo: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo al padre: `Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.' Y él les repartió la hacienda. Pocos días después, el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano, donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
Cuando se lo había gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pues nadie le daba nada. Y entrando en sí mismo, dijo: `¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.' Y, levantándose, partió hacia su padre.
«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. 
El hijo le dijo: `Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.' Pero el padre dijo a sus siervos: `Daos prisa; traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado.' Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y, llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: `Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.' Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre y le rogaba. Pero él replicó a su padre: `Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!'
«Pero él le dijo: `Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado.'» 


Todos los recaudadores y los pecadores se acercaban a escucharle, de modo que los fariseos y los letrados murmuraban: Éste recibe a pecadores y come con ellos. Él les contestó con la siguiente parábola.
La siguiente parábola no es una parábola, sino tres: la del pastor empeñado en encontrar a su oveja descarriada, la de la mujer obstinada en encontrar la moneda perdida, y la del padre que no encuentra paz hasta que su hijo calavera regresa a casa. Las tres van dirigidas a fariseos y letrados. Son personas de mucho templo, y expertos en asuntos religiosos. ¿Qué se dirían unos a otros tras escuchar las tres parábolas? Probablemente coincidirían en adjetivos como: absurdo, ridículo. Su idea de un Dios majestuoso no puede asumir la del Dios representado por el pastor, la mujer, o el padre. Jesús les escandaliza.

Si una mujer tiene diez monedas y pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca diligentemente hasta encontrarla?
La mujer, después de una breve búsqueda, podía haber decidido: Tampoco es para tanto; me quedan todavía nueve monedas. Pero, no. Es la misma obstinación que vemos en el pastor y en el padre del pródigo. ¿Quizá sea cuestión de amor propio? ¿Quizá la mujer tiene que seguir buscando hasta encontrar la moneda, no por el valor de la moneda, sino porque le encanta superar los retos más complicados? No quedaría tranquila aceptando la derrota. Esto es lo que san Pablo quiere decirnos cuando escribe: Dios ha encerrado a todos en la desobediencia para apiadarse de todos (Rm 11, 32) Es que Dios quiere que todos los hombres se salven  lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4).

Alegraos conmigo, porque encontré la moneda perdida.
Así es Dios. Pero cambiemos de perspectiva. Sintámonos ahora nosotros representados por esta mujer. Cuando perdemos algo, cuando perdemos amistad con el Señor, ¿no es cierto que acabamos encontrando algo superior a lo perdido? ¿No es cierto que nos sentimos revitalizados por la abundancia de su misericordia? Y entonces, naturalmente, no podemos menos que ser transmisores de esa alegría a nuestros amigos y vecinos.



Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa
Santander Cantabria
España 



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