martes, 28 de julio de 2020

Evangelio del 28 de julio. Martes 17.

Lectura del santo Evangelio según Mateo 

Mt 13,36-43

Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: 

«Explícanos la parábola de la cizaña del campo.»

 Él respondió: 

«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.»

 

Se le acercaron los discípulos y le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña.

Y Jesús se la explica. Es una explicación que abre muchos caminos. Uno de ellos el de la paciencia y la tolerancia. Y esto tanto de cara a la sociedad o a la Iglesia, como de cara a uno mismo.

A nivel de sociedad o de Iglesia podemos caer en la tentación de considerarnos mejores, y considerar cizaña a quienes no son o no piensan como nosotros. A nivel puramente personal, podemos dejarnos llevar por el desasosiego al ver la cantidad de cizaña que crece en nosotros y que, por mucho que nos empeñamos, no conseguimos erradicar. Todas son formas sutiles de orgullo. La parábola parece apuntar al futuro, (la siega es el fin del mundo; los segadores son los ángeles); la verdad es que la parábola de la cizaña apunta al presente. Estamos viviendo el tiempo de la misericordia: la de Dios hacia nosotros y la nuestra hacia los prójimos.

Como todos tenemos nuestra dosis de orgullo, a todos nos molesta la presencia de la cizaña entre el trigo. ¡Cuánto daríamos por ver el campo libre de cizaña! El campo de la Iglesia, de la sociedad, de nuestra propia vida. Como todos tenemos también nuestra dosis de fe, debemos ir aprendiendo poco a poco a soportar la presencia de la cizaña. ¿Quizá no solo soportar, sino incluso disfrutar de la cizaña, como Pablo? Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas para que habite en mí la fuerza de Cristo (2 Cor 12, 9).

Cuando el dueño del campo, al final, se deshaga de toda cizaña, entonces todos brillaremos como el sol en el reino de Dios: Dios será todo en todos (1 Cor 15, 28).



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