Salió el sembrador a sembrar su semilla.
San Pablo dice algo parecido con estas palabras: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gal 4, 4).
Una parte cayó a lo largo del camino… Otra cayó sobre piedra… Otra cayó en medio de abrojos… Otra cayó en tierra buena.
Es un sembrador a quien parece no preocuparle que tanta semilla se pierda; está seguro de la buena cosecha final. Porque, y de nuevo San Pablo, al llegar la plenitud de los tiempos todo tendrá a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).
Salió el sembrador a sembrar su semilla.
Ahora nos aplicamos la parábola a nosotros mismos; porque también nosotros somos sembradores. Así nos lo ordenó: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes (Mt 28, 19). Y también: Gratis lo recibisteis, dadlo gratis (Mt 10, 8). Esto vale de igual modo para quien se va a países lejanos como para quien no se mueve de su tierra.
Es bueno vivir conscientes de que somos sembradores en todo momento: con nuestro testimonio de vida, con nuestra palabra, con nuestra oración. Es bueno ser conscientes de que estamos llamados a ser transmisores de la abundancia de vida que hemos recibido por la fe. Es bueno también tener claro que la semilla que sembramos germina y crece mientras dormimos; que es cosa de Dios el hacerla fructificar; que eso requiere tiempo; que, por muy diminuta que sea la semilla, su fuerza es capaz de remover rocas. Es bueno ir por la vida con la actitud confiada y tranquila del sembrador; aunque parezca que es mucha la semilla que se pierde.
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