José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, decidió repudiarla en secreto.
José es hombre justo. José es hombre en sintonía con Dios. Como su ancestro Abrahán, también él se fió de Dios y le fue reputado como justicia (Gal 3, 6). También José, después de mucho sufrir, creyó contra toda esperanza e hizo como el ángel del Señor le había mandado, tomando consigo a su mujer.
El ángel del Señor se le apareció en sueños.
Mateo nos ofrece el sobrio relato de la anunciación a José. Lucas, en cambio, nos ofrece el elaborado relato de la anunciación a María. El ángel del Señor, es decir Dios, se acerca a José y a María de distinta manera. A José de forma más oscura; no se le da la posibilidad de preguntar. El camino de fe de José es el de la pobreza más radical: la del silencio. Como su anunciación, así también su visitación; y su Magnificat. Todo envuelto en el manto del silencio. Por eso que José, desde su propia experiencia, es tan buen acompañante cuando caminamos envueltos en oscuridades.
La contemplación orante de las escenas josefinas del Evangelio pone de manifiesto que la fe absoluta en Dios nos lleva a percibir que Él se sirve también de nuestros miedos y limitaciones. Desde luego, la fe pone luz en todo: lo pequeño y lo grande, lo feliz y lo triste.
Creyendo contra toda esperanza, como José, es como se alcanza el amor más limpio. Solamente el amor limpio, el amor no enturbiado por el ego, es verdadero amor. El amor enturbiado por el ego pretende poseer, y conduce al agobio, a la infelicidad.
Que san José sea nuestro siempre cercano compañero de camino. Él se enfrentó a muchas situaciones difíciles, pero era un hombre de fe y la fe fue lo que le ayudó en las dificultades (Papa Francisco).
Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa.
Santander, Cantabria. España.
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