lunes, 23 de septiembre de 2019

Evangelio del 24 de septiembre. Martes 25.

Lectura del Evangelio según Lucas 
Lc 8,19-21

Se le presentaron su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta él a causa de la gente. Le avisaron: 
«Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.» 
Pero él les respondió: 
«Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen.»




Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen.
Para que se dé una buena armonía entre la relación basada en los lazos de la sangre y la relación basada en los lazos de la fe, la sangre debe estar subordinada a la fe: De Él (el Padre del cielo) toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra (Ef 3, 15).  Los creyentes estamos llamados a vivir cordialmente inmersos en la nueva creación, en los nuevos cielos y en la nueva tierra (2 P 3, 13). Así nos sentimos como en propia casa entre quienes compartimos la misma fe.

En las relaciones de Jesús con sus parientes no hubo derroches de cariño y armonía. Más bien, tensiones: Es que ni siquiera sus hermanos creían en Él (Jn 7, 5). Además, Jesús se encarga de ponerlo claro a quien quiere seguirle: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí (Mt 10, 37ss).

No es que Jesús rechace los vínculos de sangre; los sitúa en una órbita superior. La fe en Jesús condiciona la vida del creyente mucho más que la sangre. La gracia nos lleva más lejos  que la biología.

La madre de la gran familia de los creyentes es la Madre de Jesús, la primera de los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. Ella asumió como nadie las palabras del Padre sobre el Hijo en lo alto de la montaña: Este es mi Hijo amado, escuchadle (Mt 9, 7). Como la madre, así los hijos; acudiremos a la fuente de la Palabra de Dios como elemento de cohesión de toda familia en el cielo y en la tierra.


Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa
Santander Cantabria
España 


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