lunes, 28 de marzo de 2022

Evangelio del 29 de marzo. Martes 4° de Cuaresma.

Lectura del Santo Evangelio según Juan
Jn 5, 1-16

Después de esto se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, cerca de la Puerta de las Ovejas, una piscina llamada en hebreo Betesda. Tiene ésta cinco pórticos, y bajo los pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, tullidos y paralíticos. Todos esperaban que el agua se agitara, porque un ángel del Señor bajaba de vez en cuando y removía el agua; y el primero que se metía después de agitarse el agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Jesús lo vio tendido, y cuando se enteró del mucho tiempo que estaba allí, le dijo: 

«¿Quieres sanar?» 

El enfermo le contestó: 

«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua, y mientras yo trato de ir, ya se ha metido otro». 

Jesús le dijo: 

«Levántate, toma tu camilla y anda». 

Al instante el hombre quedó sano, tomó su camilla y empezó a caminar. Pero aquel día era sábado. Por eso los judíos dijeron al que acababa de ser curado: 

«Hoy es día sábado, y la Ley no permite que lleves tu camilla a cuestas». 

El les contestó: 

«El que me sanó me dijo: Toma tu camilla y anda». 

Le preguntaron: 

«¿Quién es ese hombre que te ha dicho: Toma tu camilla y anda?» 

Pero el enfermo no sabía quién era el que lo había sanado, pues Jesús había desaparecido entre la multitud reunida en aquel lugar. Más tarde Jesús se encontró con él en el Templo y le dijo: 

«Ahora estás sano, pero no vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor». 

El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales curaciones en día sábado.

Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.

Allí había una multitud de enfermos: ciegos, cojos, paralíticos… Pero Jesús, que pasó haciendo el bien, curó solamente a uno. Como sanador de enfermos, su actividad no tuvo gran incidencia en las estadísticas de los enfermos del pueblo judío. Sus curaciones son signos de la verdadera vida que Él nos trae. Hoy, entre tantos enfermos, se acerca al más indolente. Un hombre que, entre tantos trastornos, sufre también de hipocondría. Le gusta provocar compasión publicitando sus males. Da pie para sospechar que se encuentra cómodo con su enfermedad.

Cuando Jesús le pregunta ¿quieres recobrar la salud?, el buen hombre, en lugar de mostrarse ilusionado, recurre a su elegía de lamentaciones: Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado. Lleva treinta y ocho años cerca de las aguas que pueden curarlo, pero nunca ha dado el salto. Su vida está dominada por el fatalismo y la resignación. Ni siquiera dirige una súplica a Jesús.

¿Quizá me pasa algo parecido? Tantos años postrado en mi camilla practicando una religiosidad privada de vitalidad por la rutina o la pereza, y quizá culpando a otros de mi situación. Pero, ¿de verdad quiero sanar?

Levántate, toma tu camilla y anda.

Le necesito. Le necesito, en primer lugar, para querer de verdad levantarme y ponerme en camino. Lo más normal será que Él se plante junto a mí en figura de alguien que me inspira confianza y que me hace creer que es posible ponerme en pie y caminar; y que vale la pena ponerse en camino.


Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa. 

Santander, Cantabria. España

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