domingo, 27 de marzo de 2022

Evangelio del 28 de marzo. Lunes 4° de Cuaresma.

Lectura del Santo Evangelio según Juan
Jn 4, 43-54

Pasados los dos días, Jesús partió de allí para Galilea. Él había afirmado que un profeta no es reconocido en su propia tierra. Sin embargo los galileos lo recibieron muy bien al llegar, porque habían visto todo lo que Jesús había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues ellos también habían ido a la fiesta. Jesús volvió a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real en Cafarnaún que tenía un hijo enfermo. Al saber que Jesús había vuelto de Judea a Galilea, salió a su encuentro para pedirle que fuera a sanar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le dio esta respuesta:
 «Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen». 

El funcionario le dijo: 

«Señor, ten la bondad de venir antes de que muera mi hijo». 

Jesús le contestó: 

«Puedes volver, tu hijo está vivo». 

El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Al llegar a la bajada de los cerros, se topó con sus sirvientes que venían a decirle que su hijo estaba sano. Les preguntó a qué hora se había mejorado el niño, y le contestaron: 

«Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre».

El padre comprobó que a esa misma hora Jesús le había dicho: «Tu hijo está vivo». Y creyó él y toda su familia. Esta es la segunda señal milagrosa que hizo Jesús. Acababa de volver de Judea a Galilea.

Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaún… Fue a Jesús y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque estaba a punto de morir.

Todos recurrimos a Él cuando la necesidad nos agobia. ¿Cómo lo hacemos? Aquel funcionario real creía en Jesús, pero su fe podría haber sido más contundente. Jesús se lamenta: Si no veis signos y prodigios, no creéis. Recordemos que para el Evangelista Juan, el pecado número uno es la falta de fe, y que lo opuesto al pecado no es la virtud, sino la fe. Recordemos también las palabras de Jesús a Tomás después de la resurrección: Dichosos los que no han visto y han creído (Jn 21, 29). Para aquel centurión romano que pedía a Jesús la curación de uno de sus siervos, la palabra de Jesús era suficiente; no era necesaria su presencia junto al enfermo. Jesús quedó admirado de su fe (Mt 8, 10).

Ahora Jesús pone a prueba la fe del funcionario: Vete, que tu hijo vive. Ahora también este funcionario se fía de la palabra de Jesús. Quizá, camino de su casa, no estará tan convencido de que va a encontrar vivo a su hijo; pero obedece. La palabra de Jesús obedecida, aunque no haya certeza, es garantía de final feliz. Cuando la fe es como Jesús quiere, los oídos importan más que los ojos; la escucha confiada más que la evidencia.

Tal fue, de nuevo, el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

El segundo signo. Estamos envueltos en milagros tan sencillos como maravillosos: la belleza, el amor, los ojos de un niño… Debemos insistir en aprender a verlos como signos de la presencia del Dios-Amor entre nosotros. 

Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa. 

Santander, Cantabria. España

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