Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena.
La última semana de la vida pública de Jesús comienza con esta escena, tan luminosa y perfumada por una parte, como tenebrosa por otra por la presencia de Judas. Las hermanas de Betania quieren agradecer a Jesús el haberles devuelto vivo a su hermano Lázaro. Jesús preside la mesa. Como vemos en tantas páginas de los Evangelios, le encanta la convivialidad. Y se deja querer; y se deja hacer.
María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
María no abre la boca, pero es muy elocuente con su gesto. Es un gesto insólito, nada convencional. Es un derroche escandaloso; una expresión de amor sin ningún tipo de cálculos. A un enamorado cualquier obsequio le parece pequeño. El aroma de tal generosidad y cariño impregna la casa y los corazones. ¿Dónde ha aprendido María a comportarse de manera tan delicada y tan en sintonía con Jesús? En la escuela de la Palabra: María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra (Lc 10, 39).
Siempre, las tres veces que ella aparece en los Evangelios, está a los pies de Jesús. Así es cómo ella sola, entre todos los que acompañan a Jesús, entiende el momento que Jesús está viviendo. Entendamos bien todos los que nos consideramos amigos de Jesús, que puede ser peligroso embarcarse en el camino de la oración dejando de lado la escucha de la Palabra. Peligroso; podemos acabar quedándonos con nosotros mismos.
Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa.
Santander, Cantabria. España.
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