"¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?"
Contestaron: "El primero."
Jesús les dijo: "Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis."
A ver, ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos.
Los dos hijos reciben la misma orden: Hijo, vete a trabajar hoy a la viña. Los dos responden de inmediato: uno que sí, el otro que no. Y los dos se arrepienten de lo dicho: el que ha dicho que sí va, no va, y el que ha dicho que no va, sí va.
La reacción primera ante lo que debemos o no debemos hacer, es la que brota del instinto superficial y tiene una importancia relativa. Más importante es la reacción segunda, la que brota de lo profundo de la voluntad. San Pablo se enfada consigo mismo ante sus reacciones primeras: Lo que realizo no lo entiendo, porque no ejecuto lo que quiero, sino que hago lo que detesto… ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de esta condición mortal? (Rm 7, 15 y 24).
Esta parábola de los dos hijos se complementa con la de aquellos otros dos hijos: el pródigo y su hermano mayor. El pródigo dice que no; luego se arrepiente y acaba entrando en la viña. Su hermano mayor dice que sí; luego no entró en la viña. Nosotros, los piadosos, los hermanos mayores, los que hemos dicho que sí, ¿no estaremos diciendo luego que no, al mirar con ojos severos a los hermanos pródigos? La parábola nos habla de la necesidad de estar siempre atentos a no instalarnos en la complacencia de una religiosidad estereotipada.
Comentario del Papa Francisco: Cuando nosotros seamos capaces de decir al Señor: Señor, estos son mis pecados, no son los de éste o los de aquel…, son los míos. Tómalos tú. Así estaré salvado. Entonces seremos ese hermoso pueblo, pueblo humilde y pobre que confía en el nombre del Señor.
Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa.
Santander, Cantabria. España.
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