Lectura del Santo Evangelio según Juan
Jn 17, 17-26
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos."
Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad.
Santifícalos. O también, conságralos. Este término, en la lengua original, significa separar para Dios o dedicar a Dios.
En la Verdad. Mejor así, con mayúscula. Porque Yo soy la Verdad (Jn 14, 6). De la misma manera, tu Palabra es Verdad, también con mayúscula. Porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14).
Esta oración, con la que Jesús se despide de los discípulos en la Última Cena, debe ser leída y orada junto con el prólogo del Evangelio de Juan. Es allí donde más abundan las palabras mayúsculas a ser escritas con mayúscula: Palabra, Vida, Luz, Gloria, Gracia, Verdad. Jesús es todas ellas.
Por eso Juan, el Evangelista, dice entusiasmado: Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 3-4).
Por eso Juan, el de la Cruz, dice emocionado: Míos son los cielos y mía es la tierra. Porque Cristo es mío y todo para mí. Pues, ¿qué pides y buscas, alma mía? No te pongas en menos ni repares en migajas que caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate en tu gloria. Escóndete en ella y goza.
No repares en migajas. San Juan de la Cruz lo repite en positivo: Pon los ojos solo en Él, y hallarás en Él aún más cosas de lo que pides y deseas.
Santifícalos (conságralos) en la verdad.
Él Jesús es la Verdad, la suprema realidad. Todo lo creado, todo ser humano, toda la historia, tiene en Él su consistencia, su razón de ser. Al final, todo confluye en Él: Todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos. Toda lengua confesará que Cristo Jesús es SEÑOR, para gloria de Dios Padre (Flp 2, 10-11).
San Juan de la Cruz nos invita a vivir intensamente la experiencia más profunda de la fe cristiana: consiste en creer en el Amor; también con mayúscula. El Amor infinito de Dios hecho carne en Jesús de Nazaret.
Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa.
Santander, Cantabria. España.
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