Lectura del Evangelio según Juan
Jn 14, 23-29
Jesús le respondió:
«Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: Me voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me vaya al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.»
Si alguien me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
Al atardecer de la vida nos examinarán del amor. El amor al prójimo es lo fundamental para todo el mundo, creyente o no creyente. Pero las palabras del Evangelio de hoy, pronunciadas en la intimidad de la sobremesa de la Última Cena, las dirige Jesús solamente a sus discípulos; a nosotros los creyentes.
Jesús nos invita a establecer una relación íntima personal con el Dios Trinidad; con el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo que, como ha dicho Jesús, llenan nuestra interioridad: vendremos a él y habitaremos en él. Teresa de Ávila dice: Entendamos que hay dentro de nosotros algo más precioso que lo que vemos por fuera. No nos imaginemos huecos en lo interior.
Jesús nos invita a cultivar con esmero la interioridad. Vivir una intensa interioridad no es lo mismo que ser muy rezadores o practicar muchas devociones. La interioridad es cuestión de, Evangelio en mano, encontrarnos con ellos, con los Tres, en lo más hondo de nuestro interior. En lo más hondo; allí donde no puede asomarse ninguna ciencia humana de la psique. El gran poeta y místico Juan de la Cruz lo expresa así: En la interior bodega – de mi Amado bebí, y cuando salía –por toda aquella vega, - ya cosa no sabía; - y el ganado perdí que antes seguía.
A Isabel de la Trinidad, otra santa carmelita, le gustaba orar así: ¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Inmensidad donde me pierdo!
Si pensamos que esta relación en nuestro interior con el Dios Trinidad es cosa demasiado elevada para nosotros, pobres pecadores, estamos equivocados. La cosa consiste, como nos dice Jesús, en dejarle espacio al Espíritu: El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Si le dejamos ese espacio Él irá inyectando en nosotros la belleza y la grandeza de la vida cristiana. Y será Él, no nosotros, el chófer y el motor de nuestra vida.
Parroquia
de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa
Santander Cantabria
España
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